29/1/08

'la mujer habitada'

No suelo escribir como si esto fuera mi diario, pero es que la vida, tampoco, me da para contar mucho más que cuatro, cinco líneas, o tal vez sea cosa de pudor... Si nadie se me echa encima diré que escribo poemas porque soy ansiosa. Me gusta acabar las cosas porque no confío mucho en mi constancia. Y me gusta recortar (no es verdad, de pequeña suspendí las manualidades), hasta que suspiren, las palabras. También reconozco que este estado de exaltación me impide versar algo, que no bersar.
Pero mañana, por fin, ya que los contratos laborales son tan precarios que no lo merecen, voy a usar por primera vez la pluma que lleva mi nombre y me regalaron cuando cumplí los 18 años. Una casa. Está en Madrid, en el mero corazón de la ciudad. Y tiene un patio grande con rosales y geranios y humedad. Gotas del riego que se escapan de las mangueras. Mi abuela tenía un patio en la calle Silvio Abad donde plantó nísperos, un limonero y un naranjo el día que yo nací. Un naranjo que trasladamos luego a Torre, y que allí se quedó, helándose en sus fríos inviernos. Si algún voluntario se ofrece, me encantaría poder ir a robarlo una noche de niebla, mientras los perros y el señor Julio duermen. Porque ese naranjo es mío, soy yo. Como el libro de la Belli, ‘La Mujer Habitada’. Ella, mi abuela, no Davinia, regaba la tierra con botellas de fanta vacías y apretaba la manguera verde para disparar más lejos el agua. El olor de la tierra mojada, de las aceras mojadas de Madrid, que va a volver. Y eso haré yo también. Mi madre dice que no puedo comer ahí en medio del patio, que los vecinos se quejarán, que eso no. Pero tal vez si pueda usar la hamaca que compré a una argentina errante en las playas de la costa oaxaqueña, por fin, y tirarme en ella al sol a leer libros.
Y es mañana...
La casa necesita manos. Y futuro. Y cristales en algunas ventanas aunque por ellos no se cuele el frío enero. Y cocina y bueno, mil cosas. La llave. Las noches. Habrá que hacer inauguraciones por cada uno de sus rincones (¡). Y faltan Marta y Nora, y Laura. Volvemos a ser cuatro.
Es una locura, es bailarle el agua al maldito euribor, es ceder a las horas que quieran robarme mis trabajos, o me ahogaré tal vez... pero... ya saben, que ninguno creemos en el amor a primera vista hasta que se nos echa encima y no sabemos cómo decirle que no.

Y está al lado de nuestro taller.
Y cerca de dos restaurantes mexicanos, por si la nostalgia me sacude.
Y en la calle donde vive mi primer profe de poesía.

Y cerca de casa de Payo, María, Pati y Charo y Sandra y Carla. Y Belén y Erru (por si se asoma)... y los demás.
Y ahí tiene que palpitar, si lo tiene, el corazón de esta ciudad.
Y ya tengo vecinos conocidos sólo cruzando una calle, por si la sal.

Hola Nán
--

(Esta foto del 'patio' es de David)

28/1/08

reclamo por sms

todas las azoteas

y jardines de luna.


Ha llegado la hora

de estremecer el vino

y repartir la risa.

Si me alertas el cuerpo

vuelvo a las avenidas.
-
Las de la casa roja.
-

25/1/08

amaneciendo

En la taza dice Lisboa. Nos prometimos ir. Ahora contigo. Y ese sueño de ayer. Un paso de cebra repetido cada vez que el reacoplamiento. No sé si tratabas algo temprano o sólo era respirar. Café y cigarro. Anís y tostadas. El bar. La mujer vieja se limpia meticulosamente las comisuras de la boca. La joven fuma mirando a nadie. El mundo, celoso y arisco, busca razones para doblarnos la espalda. La hipoteca me tiene sujetos los tobillos. No pienso caer. Haría falta que yo no desease tanto que sucediera. Haría falta que fuéramos más débiles. La mujer mayor se pone el abrigo con mucho trabajo. Hija y madre se marchan. El hombre se enciende un cigarro. No malgastes energía, te escribo. El hombre tiene los hombros tristes. El telediario sonríe ante un universo inexplicable. Las ganas. El escozor del amanecer en todas partes. Se me ha quedado frío, después de ti, el café. Feliz fin de semana – nos desean. Sólo debería haber motivos para construir diarios cuando puedan vernos, los impertinentes, dormir.


22/1/08

Está fría la noche e imperfecta
________ lo que vale la pena
lo que alcanza a tocar
con una fina arista
el corazón de alguien
y se hunde
lo que le duele a una
al pasar páginas
el alma de un poeta en días de lluvia.
Comprar trozos de hora en las esquinas
- sí escribí lo importante
y no entendiste nada -
No puedo defender
las cosas que

a esta Luna
no me pesan
a uñas y mordiscos
no puedo
con violencia
ni puedo
(si la boca
y las manos
hay un cuerpo que más me los precisa)
con palabras.


19/1/08

la casa de carla




Una llamada.

Alguien no aguanta el silencio de una casa vieja. Ya no hay madre allí. Ni hermana. Ni ladra loco Bruno en la puerta. Y las paredes. Me imagino que se sacuden del inesperado portazo el polvo de todos los años. La nevera se ha llenado de moho. No hay agua. La mesa de la cocina ha dejado de escucharnos. El farolillo que nunca tuvo más luz sigue bajo. Demasiado bajo. Las fiestas duermen este atardecer la siesta en el sofá. La música escapando por la ventana hasta el jardín.
Su sombra canta y baila entre el humo ‘y bajarás los peldaños de dos en dos, de tres en tres’.
No aguanta. Dice. Me llama y voy. Y llego tarde.
Y está sentadita en la acera fría con el macuto.
Ha enredado las hierbas en periódico muchas veces para matar la sospecha en la mudanza.
Ya no nos queda nadie en esas calles. Se han ido yendo todos.
Dos infusiones. Té con limón. Siempre.
Y desarrolla. Porque le gusta hablar tanto.
Y explicarse. Y desdoblarse en mil significados.
Y tiene la risa despierta siempre. Y la lágrima.
Vacía calla la mesa de esa cocina en la que hemos tonteado tanto con lo que duele en la pérdida.
Y desayunado.
Hemos liado mucho los sueños tanto y tan deprisa.
Nos hemos bañado luego en el Caribe oscuro y su noche sacudiendo los cuerpos de las rutinas del año.
Y abrazado. Muchas veces.
Ha pasado que aquí seguimos.
Cada vez más cerca porque es más largo el recorrido trazado antes.
Sin tener que recuperarnos.
Y ahí seguirá residiendo lo bello.
Las llamadas eternas.
Su queja porque leo el periódico mientras me cuenta.
Cuando escucha este tecleo incesante mío al otro lado.
Yo también extrañaré esa casa.
Y con ella quedar todos en la plaza.
Aquellas guitarras de las rocas y Madrid al fondo.
Siempre siendo muchos y nunca demasiados.

16/1/08

se va, otra vez

Le digo que llore. Por Madrid. Por ella y por mí. Que muestre un poquito de tristeza. Pero no. Recoge sus cosas. Me deja sus muebles desmontadísimos y se marcha. No ha habido un poema. Ni una página a medias. Y ha habido un fuerte silencio de meses en medio. En julio de 2003 me despedí de él como de quien va a un destino sin regreso. La vida nos ha movido tantas veces de sito desde entonces. Yo allá. Él aquí. De enero a enero. No hay prórroga. Está contento de la vuelta. Pues buena suerte, amigo.

Eichstätt, invierno 2002-2003
Intentamos escribir, y salió poco. Este poema que sigue es suyo, fue en respuesta a unas palabras mías.

Estás sentada sí
en el plano abierto de las cosas
callando lo que ves
dejándome observarte muda
como la flor de sable que hace cantar al hombre
que le arranca la voz verde a su poesía
que se hunde en la carne
cual raíz en la tierra
dejando resbalar la gota de rocío
que cuando muda
de piel o de palabras
dice más
y te extraño

.
(uff, cuánto tiempo ha pasado...)

15/1/08

mi primera postal

'Aroa, vete a dormir ya'. Ayer me lo dijo más de diez veces. Cuando apago la luz, hasta hoy, me hace recomendaciones sobre con qué soñar. Siempre me sugiere lo mismo. Cuando hoy nos hemos despertado para ir al aeropuerto, a las cinco y poquito, habría preferido hacerle caso a la primera. Hubiera querido hacerle caso en muchas cosas a la primera, pero...

soy su hija.

Y tengo que equivocarme para que pueda decirme luego.

He ido a llevarle y buscarle mil veces. El que más postales me ha enviado desde el mismo país y desde todos.
Hoy no se ha enredado con el mundo de madrugada. Creo que volar le pone nervioso porque en nuestros viajes a Barajas, ese rito de familia, yo apenas puedo mantener los ojos abiertos y él decide que es un locutor de radio y, como quien hace un editorial temprano, repasa lo nuestro y lo de todos.
Sería eterno contar más. Podría hablar de los cuentos, de la magia, de cuando cantó ópera (fatal claro) en la puerta del colegio y yo me moría de vergüenza, del garage de la primera casa, de la piscina, de las corbatas, del coche, de las llamadas para despertar a los que están tranquilos en las sábanas. Pero hoy no. Me gusta llevarle al aeropuerto. Pero más me gusta ir a buscarle.
También sabe enfadarse a veces. Lo tiene conseguido. Como yo...
-

12/1/08

la casa

El barrio en gris y agua está precioso. Jugamos a encontrarnos por Madrid. No seremos los primeros. ‘Bájate en Noviciado. Echa a andar. Piensa como yo sentiría. Entra. Te espero con un berso y un café’. Le escribía en un mensaje. Pienso que llueve. Que puede no encontrarme. Pero llega rápido a 'El ladrón de tinta'. Vino blanco. Y después, cuando la noche, mucho más.
Cruzamos por primera vez el patio. Mientras el cielo y yo nos reconocemos en ese pequeño retal nublado que recorta, dos flores se estremecen en el frío más afilado del invierno. La casa.
Marta da palmadas feliz por todos las habitaciones con su abrigo nuevo. Hay ventanas que no tienen cristal, y no entra el frío. No se atreve el viento a despintarnos. La cocina llenándose de olores. Las camas que se abren. La televisión reflejándose en las ventanas. Habrá vida.
Hay silencio. Hay futuro. Porque las casas en la que aún no hemos dormido guardan en sus esquinas todos los futuros posibles. Las risas. Los pasos acercándose a la puerta. Vernos cruzar el patio bajo la noche. El sol y las flores en la primavera. El sonido del teléfono. Las reconciliaciones. Las lágrimas.
Una casa es un truco de magia infinito.
Tiene dentro de sí todas las vidas posibles.
Esta es la mía.

¿Qué más quiero pedir a Madrid?

Es verdad. Tengo agujetas de reir.



10/1/08

qué hacemos con el cuerpo

y ...



V


El día que tu encajes

la espada en mi costado

estará el corazón

esperando tranquilo

controlado.

Si reúnes la sangre

la decisión sin prólogo

la muerte de mi vida

y sustento un silencio

breve

cuando digas

Aroa

con mil terminaciones

y te contesto largo

entiérrate conmigo

tú vivo

y yo expirando

debajo de un castaño

en un camino.

8/1/08

I

'Cajones de corbatas. Lencería.
Títulos de postgrado.
No tienen lo que busco':

un grito en una iglesia
un niño que resbala
una camisa cómplice
en la sangre
un cinturón cual látigo excesivo.
Te preocupa ese sueño.
Yo lo entiendo.

Que sólo piense en cuerpos.

En huesos destruyéndose astillados
en una chimenea
que mira esta pasión que sujetamos
tu no partirme en dos
por donde quieras
aquí por el costado.

Yo sólo mido en culpas.

Ni me importa qué tengo.

Este ansia absoluta
de destrozar las normas.

No pienso, luego vivo:
sobresaliente en pérdidas.

¿Me sigues?
O ¿te quedas?


(que me perdone el sr dau por aparecer en las imágenes, es que me viene muy bien su fotogenia...)

III


Ventana recortada.
No hablo de valientes.
Sino de dar un paso.
Una escalera.
Tus pulmones se apagan
en el último tramo.
Quiero saber si muerdes
si respiras
quiero saber si aprietas
cuando algo se escapa.






7/1/08



II

Dejemos a la Luna

sin fases

boquiabierta

5/1/08

IV

Lo mejor de tí mismo.
Yo ya me he descubierto.
La dulzura
asesina.

Llevo algo letal escondido en la espalda.

Tú mientras te sonríes
sentado en una vía
como si aquellos trenes
pasaran todo el tiempo.

Apriétame el instinto
la rabia de los años
sujétame las manos
en el arma

y tápame ese grito.

(Qué hacemos con el cuerpo)

4/1/08

Se fue ayer de Madrid dejándome la conciencia abatida. Al principio no quise medir el mar, por la derrota. Luego hice llamadas desde los balcones de esta ciudad para felicitar el año. Me cantaron nuestras canciones al oído: Era 2007. Y de pronto, litros y litros de agua me han caído encima, pero sin golpe, que es como más duelen las cosas. Cuando ya están dentro y no has sentido nada, te han ido robando trocitos de recuerdo, de costumbre. Pero el océano nunca se calma. Se fue ayer de Madrid y nos dejó sin música. Sin guitarra y sin esa forma que tiene de mejorar todas las canciones. Se fue y ahora, mientras yo escribo, siembran kilómetros, 10.000, entre nuestras dos orillas. Y no es él, sino todo lo que no tengo aquí cuando le miro: algunas personas, algunos paisajes. La rabia de no poder mantener intacta esa tristeza.
'Fue vivir a mil por hora
o esa forma de cruzar el fuego'

3/1/08

el periódico



El suceso manda. Lo dijo el jefe en la última reunión. Y a los fotógrafos, a ver si encuentran otro ángulo más original. Pero una rueda de prensa, por imaginación que le eches, no tiene más ángulo que el oficioso, el marco perfecto para la ocasión. Política. Medio Ambiente. Sociedad. Consumo. Tribunales. Economía. Deportes. Vivienda. Sanidad. Cultura justa. Bajo estos nombres la realidad se nos fragmenta cada tarde.
Somos muy pocos. Trabajamos rápido. A veces, si me paro a pensarlo, siento rabia. Ayer eran las 22.30 cuando me fui de la redacción. El periodismo. Hay dos cosas que me he cansado ya de defender. Una es este oficio que me ha dejado disfrutar mientras trabajo. La otra, mejor me la guardo. El periodismo. Entré en la facultad con la única vocación de escribir. Pequeño error, guardo palabras en cajitas. No conseguí hacer muchos amigos. Los tuve. Pero de la facultad no los conservo. Recuerdo un diciembre en que pregunté muchas veces que hacía yo allí si mi clase preferida era la de libre configuración Poesía Hispanoamericana del siglo XX. Éramos 7.000 en el edificio gris de Ciencias de la Información. Pedro Sorela, el escritor... el que me dio redacción periodística en sgundo, me rompió un texto delante de toda la clase. Un texto que era un no-texto, una no-información, unas no-palabras. Había que hablar de lo que sentíamos al ver la exposición de 'Los Sueños', de Picasso. Y a mí, que siempre he tenido tendencia a gastar papel, me salió en verso. Me marché de su clase aquel día. Portazo detrás, muy enfadada. Pero aquello no terminó mal.
Otra vez me echaron de clase. Fue en primero. Yo estaba leyendo una novela en la última fila. Era el día que nos daban las vacaciones de Navidad. El catedrático, un dinosaurio de los que habitan en los pasillos de la Complutense, hablaba de internet. A mí aquello, era el año 1.999, me sonaba a invento raro. No tenía ni correo electrónico. Así que mi cabeza se centró en el libro que escondía sobre mis rodillas. El profesor, empezó a gritar. Señorita, oiga. La de última fila. Yo le estaba escuchando, pero no podía sacar la cabeza de aquellas páginas. Cuando levanté la vista, el Ripoll estaba a mi lado. Crucé la clase de 120 personas con mi librito bajo el brazo camino a la cafetería.
Pero una vez que salí de allí y le saqué la lengua a la institución, todo fue a mejor. El periodismo me enseñó Alemania, me llevó hasta los rincones de México. Es un oficio que tiene de todo: gente honesta y mucho tramposo. Pero los errores quedan siempre expuestos. Las farsas las conocemos todos. A los ladrones les podemos poner hasta nombre.
En nuestro pequeño periódico no miento si digo que se hacen los textos con artesanía y burlando a las artimañas con las que la publicidad nos sujeta. Por las tardes, cuando se pone el sol, hacemos palomitas y la redacción huele a té. No hay tensión más allá de los cierres y las páginas. No se discute. Es el salón de mi casa pero con el mono azul de la tinta y las palabras.
A mí el periodismo me ha dado paisajes, historias, recuerdos hechos papel. Tal vez la cara más gris no la conozco. Estoy en el principio, donde aún no han existido los fracasos.