30/7/09

YOUR LIGHTS ARE BADLY BURNING


Para Alejandro, por el paisaje

Le gustaba escuchar aquella canción, cada tarde, y bajarse en Chapultepec, en el nacimiento de la avenida tomar perspectiva y caminar hasta su casa. Las manos en los bolsillos, la cabeza bajo la visera y controlar los pasos al ritmo de la música. Siempre, cuando la rola daba el subidón, él franqueaba el cruce entre Puebla y Sonora y seguía caminando, distraído; a veces atento a la cochambre que iba rodeando la colonia, la vieja escuelita, el parque, los niños, los vecinos de siempre cada día más arrugados. Cuando llegaba al departamento, ella ya tenía la cena prevista. Tomaba un vaso de jugo de piña y se encerraba en la habitación. A veces, recolocaba la colección de muñecos de Star Wars, a veces conectaba el ordenador y hablaba con los amigos, perfilaban el plan del fin de semana. Otras, se asomaban a la ventana y fumaban medio cigarrillo entre los dos, de esto no morimos, se decían. Él se entristecía planeando dar un giro drástico a sus vidas, tal vez Madrid o Viena; ella se concentraba calculando los minutos de cocción para la salsa de los rancheros. Los edificios destilaban olores desde los comales, respiraban la polución y el hormigón vencido y la tarde caía indefinida y rosácea más allá de las últimas montañas. Luego se sentaban en silencio, habían aprendido a intuirse las palabras y se comían la cena con verdadera precisión de movimientos. Él, atento a la televisión; ella, contando mentalmente las horas de sueño que iba a poder descansar aquella noche. Cómo se llamará la soledad cuando son dos los que la habitan, callaban. Por la noche se tumbaba en el sofá, veía antiguos conciertos de Los Beatles, reposiciones de películas de los ochentas y ella repasaba las facturas y las horas se le iban en cuentas interminables de restas de los saldos, fondo de la vieja caja de los ahorros.

Entonces no había problema. La tensión se instalaba en toda la casa por las mañanas, con la espera de las noticias, cuando prendían la radio y les parecía que los boletines horarios eran siempre los mismos. A él le comía las entrañas un feroz aburrimiento. Ella le había cosido un cuaderno de hojas sucias para que escribiera, había llegado a desempolvar hasta la vieja guitarra para entretenerlo. No sabía qué hacer con aquel hombre siempre en pijama, siempre dolorido de futuro. Aquel hombre que antes llegaba silbando y aliviado de verla y al que, ahora, parecían incordiarle su presencia y la luz del día como a un vampiro solitario. Se convirtieron en dos fantasmas que compartían una casa encantada, sombras.

Para él, la noche era la mejor parte del día. No tenían por qué disimular que no tenían ya ninguna conversación que mantener. Your lights are badly burning, se repetía al dormir, Your lights are badly burning. Y, entonces, en sueños, al menos, volvía a ver al muchacho que era, bajando desde Chapultepec, con la ciudad ardida entre el tráfico y la historia, con su visera y su chaqueta de pana, caminando hasta su casa, reconociendo cada rincón de la colonia y respondiendo a los vecinos, simpático, que no podía adelantarles nada del argumento de aquella telenovela en la que trabajaba, la que la cadena suspendió cuando los besos comenzaron a ser el mejor arma de contagio de la hoy vencida pandemia.

22/7/09

Ella venía del otro lado del río. De los cables de la luz inadecuados, del ladrillo naranja y las ventanas que tiemblan al paso del autobús rojo, el 6, el 60, números de la infancia en la boca de la abuela. Venía del olor a tierra escueta que ofrece una maceta de barro. Sabe que es de ahí porque inevitablemente recuerda el rombo de las aceras de lo que fue periferia cuando las camina. Segunda generación de emigrantes castellanos y extremeños a la capital, ningún exotismo raro, frente marchita y dolor en el alma callada sobre la miga de pan en el mantel viejo. Gota de vino de cartón gaseoso. Reconoce la humedad que desprende la fruta en las tiendas viejas, ese olor a madurez dulzona y oscuridad.

Lo sabe porque, a veces, cuando va a visitarle a él a su casa y el calor traspasa el muro blando y la calle está ahí asomada a su dintel, ahí donde ahora llegan los de fuera otra vez, piensa que podría ser el mismo barrio al que hace más de 50 años emigraron otros, y vivían 10 en una casa de 50 metros cuadrados y había sopa para todos, donde las calles fueron de arena y los niños jugaban al balón, a las chapas, a los bonis, a las tabas con los huesos de las patas de algún animal comido.

18/7/09

motivos


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El fotógrafo y yo celebramos los millones de segundos que hace desde aquella noche después del taller cuando nos viene en gana. Por ejemplo, hoy, podemos brindar por estar en el segundo 50.260.000, 01, 02, 03... Él lo hace a través de una fórmula matemática. Yo introduzco, menos romántica, la fecha en una página web. Entonces, hoy, en este sábado fresquito, les deseo desde mi casa felicidades. Cuenten y brinden, seguro que tienen algo que celebrar en este mismo instante.

15/7/09

Qué sucede cuando se deja pasar demasiado tiempo y ya no se sabe cómo volver al lugar de donde nunca os debísteis haber alejado.

Siempre hay un camino de regreso a un amigo.

Reorientando la brújula.

7/7/09

África desde Algeciras

El pelo de mi madre remonta las olas. Luego se queda muy quieta, piensa en algo, coloca una hilera de piedrecitas blancas sobre su muslo y deja que el agua le baje la temperatura de los pies. La carne se estremece como un cefalópodo recién echado al puchero. Luego colecciona su nombre en distintos saltos. Lejos de ella, un inglés sostiene su vieja figura en una instantánea sobre el fondo desdibujado de Gibraltar mientras dice cheese y sonríe y algo brilla rodeando su cuello. Su mujer, morena blanda macheteada por los rayos corre y le abraza. Unos niños agitan sus manos como anquitas de tierna rana. Mi madre ahora canta y la voz remonta la espuma. Asoma en lunares el final de las piernas de una púber extranjera. Yo quiero llegar al otro lado, dejar mi pie caer en otra orilla, tener la misma sensación de aquel que contempló la tierra por primera vez desde la Luna.


El estrecho desde ... no sé

A mí el estrecho me estremece. 14 kilómetros, corrientes fortísimas bajo el agua, enloquecedores vientos. Ahora me viene a la cabeza aquel poemas de Fronteras que leimos hace un tiempo en casa de un amigo. No sé si habrá una más profunda y estrecha. Un extraño lugar que miro con ojos extraños.

3/7/09

Súbete a bordo


El próximo sábado día 11 de julio
la tripulación del Bremen
te invita
a celebrar en su cubierta
su primer año de taller con un libro de relatos
y a tomarte un vinito con ellos (como buenos marineros, son dados a celebrar abriendo botellas).
Vararán a las 20.00 h. en el mítico
Ladrón de Tinta
(calle Noviciado, 2).
Luego, continuarán su travesía rumbo a otros bares, digo puertos.
Invitados todos.

Grumete Aroa



Si no puedes venir, y lo quieres, puedes comprarlo aquí.