22/11/09

spotify


Digital. Bloc de notas.

La Simone: garúa y milonga.

Ahora

la marca de agua

que dejas luego

sobre la cama.

El argentino afónico.

Pequeña desinteresada del orden.

Viajeros de madera.

Tos acústica.

Comandante

en mi pecho.

Voz canalla.

Cae el agua de un cactus hinchado

al suelo marcando

como un minutero

el tiempo que hace de una puerta.

La tapicería de este domingo

tiene manchas en el cielo

de almidón.

Solo pienso en las manos.

Aserrrín de los cuerpos.

La caída de aquella calle

a través de mis piernas.

Luego unos acordes maniatados.

Extraña conspiración de música

para este domingo de semillas

ciclónicas.

14/11/09

Polet


Polet está de espaldas, en una mesa está junto a la cristalera y, según el leve movimiento de su cabeza, parece que sigue el tráfico de la avenida. Desde la puerta, puedo ver cómo su pelo duro roza el cuello de la austriaca verde y continúa el desgaste. Yo misma se la compré, una mañana nublada en Innsbruck, o Ginebra, mientras él leía, dos locales más allá una novela, a finales de aquel año cualquiera. No puedo creer que aún la conserve.
Siempre tuve perfectamente tomadas sus hechuras, la longitud de las piernas, que las mangas cayeran hasta la altura de la mano donde nace el pulgar, los cuellos almidonados y duros, talla 25-26. Y sin embargo.
A pocos metros de mí, Polet se revuelve en la silla como incómodo. Parece que noviembre ha comenzado a arañarle ya los pulmones y tose, polvo de otoño, como si se hubiera tragado las hojas secas de los viejos olmos. Yo me cruzo el abrigo de chenilla verde sobre los pechos dolidos y me quedo inmóvil, dibujándole, muerta de miedo por el reencuentro, hasta que un camarero decide cerrar la puerta de la calle y agradablemente tomarme del codo y la muñeca a la vez, como se toma a una anciana, Polet, e invitarme a pasar del todo. Déjeme masticar esta imagen, pienso. Y los cristales de la lámpara tintinean por la corriente.
Polet no mira para atrás, si ahora lo hiciera, sabría que he vuelto a ondearme el flequillo como aquella primera vez que nos vimos, mucho más oscuro el pelo y las piernas fuertes y la espalda recta. Qué ha sido de nuestros cuerpos. Tiene los hombros caídos, como si le pesase mi mirada sobre ellos y juega con las manos velludas, anchas sobre la mesa. Debe estar nervioso, hace tanto que no nos vemos. Qué amargo fue separarnos y, a la vez, qué bien nos hizo no estar obligados a querernos. Yo pude salir más. Aunque no te creas, no me notarás muy distinta. Luego, el cambio de casa, algún viaje a Roma, a la Costa Azul. No voy a decirte que no te echara de menos una tarde, cuando comienzan los fríos, gruñendo sobre la política, la sopa boba y fría en el mantel blanco. Ya ves, Polet, qué risa, dos viejos separándose, fuimos el murmullo de la calle estrecha.
El joven vuelve a hacerme señales, para que avance, al fin y al cabo, para él, debo ser una abuela tiesa en la entrada de un bar, camuflada su cabeza con el fondo gris de las nubes, toda esta imprecisión de los rasgos cuánto me duele.
Cinco zancadas más, pero que me cuestan el aliento que he guardado hasta hoy para verte, y estaré a tu lado y charlaremos como siempre y sin dolor, te contaré de qué me aquejo, hablaré de aquí para allá, sorteando los temas, enlazando el diálogo, de las manías de mi hermana Pinita, que sigue igual, de nuestros hijos, de sus familias, nuestras y a la vez nuevas, en las que no consigo ubicarme. ¿Lo harás tú? Sigo tirando de mí hacia ti, aunque algo me detenga, como si corriera en una pesadilla, como si gritara bajo el agua. Y
cuando ya no puedo resistirme más al empuje del camarero, me dejo caer en la silla. No entiendo nada Polet, parece que algo no va bien y va a impedir que tengamos al fin nuestra cita. El camarero me despeina porque me toca la cabeza con las dos manos y me despinta la cara que, cuidadosamente, horas antes, maquillé para ti, tapando las arrugas y los años. No me deja hablar contigo y dice cosas horribles, que no estás, que ya te fuiste. Yo me pongo a llorar y tú ni siquiera te das la vuelta porque sigues ahí esperándome, nervioso. Me arranca un libro de las manos donde veo tu nombre y, entonces, algo, me dice que no estoy ahí, que yo no estaba ahí. Tu nombre, Polet, dentro de las páginas esperando a una mujer en una cafetería de la avenida grande, el autor no, tu nombre, cuál era entonces tu nombre, aquel libro que tú leías en Innsbruck. O Ginebra. Qué más da. Luego el joven, que se parece rabiosamente a tí, también llora y, cuando me dice mamá, decido escupirle la tila en la cara y mirar con odio tu silla vacía junto al cristal.


[un cuento del taller y una foto de David Ruiz]

4/11/09

¡anda!

1/11/09

La revancha de la primavera

Hoy es noviembre. Las mujeres de flequillo a ras de ojos caminaban en tirantes por el centro.
(He olvidado poner mi altarcito de muertos).
Es la revancha de la primavera. La pasada.

No es cierta escritora muy santa de mi devoción, pero ahora, por ser de todos el día, la felicito también. Y porque el jueves, sentados por riguroso orden alfabético, de sus manos recibimos un título de posgrado y unas palabras:
"¿Qué espera un escritor de su editor
(además de que haga su trabajo)?:
amor".

Precisamente la persona que estaba sentada a mi lado en tal evento fue mi primera editora. Tengo algo que agradecerle. Ver mis poemas hilvanados de forma preciosa. Sin embargo, lo nuestro fue una larga y fría primavera.

Y ahora, ante la dificultad de que nadie, ni yo misma, pueda acceder a Veinte años sin lápices nuevos, que yo no sepa bien qué ha sido de mis páginas y eso, les aseguro, me causa mucho dolor, quiero colgarlo aquí. Qué sentido tiene que exista si llevo meses diciendo que no sé cómo tocarlo, ni llegar a él. Si nació fue para ser compartido. (Al lado, a la derecha pueden descargarlo en pdf si hacen click sobre la imagen o comprarlo a través de la web de la Casa del Libro que sí funciona...)

Por si este es el último día de calor del año.

Ojalá les gusten.

El resto, digamos, es frío y me lo callo. Bastante tenemos por delante.

Un abrazo.